viernes, 24 de junio de 2011

¿Qué por qué no la saludo?, fácil, me cae mal. Y me caen mal todos los que tienen esa misma onda. Esa onda.
La onda de necesitar hacerse piercings hasta en los ojos, tiene que vestirse como mendigo en funeral y las uñas negras descascaradas. Trata por todos los medios posibles verse distinta, lo que la hace ver más igual que todos los demás. Se supone que pretende buscar su identidad, pero es tan tonta que no capta que la identidad tiene la más mínima importancia en su apariencia, en su look punkie violento más encima. Pero aún así podría tolerarla, pero siempre tiene un caracho que a los otros les da hasta miedo, y toda esta bronca sigue siendo parte de su necesidad de atención, llamado hipócrita a través de su careta. Y lo que hizo esta semana, se ve horrenda, se rapó, al cero, ahora si que no puedo distinguir qué cosa es.
- ¿Sabes?... tiene una hija en la sección de oncología desde hace 4 meses.

...Al día siguiente ví a la Poly, sabía que iba a cambiar, pero no sabía que su cráneo era tan raro si ella era como tan perfecta siempre..., almorzando con la Fabiola, ella seguía con sus típicas zapatillas y polera blanca, y sus típicos bluejeans, pero ambas lucían orgullosas su cabeza sin ese pelo tan prescindible, calvas y en paz.

martes, 21 de junio de 2011

Manos heladas

Tengo botas y zapatos con tacón, me gusta usar vestidos y echarme perfumes dulces por el cuello. Las uñas pintadas, un anillo grande en el índice, una vez al mes una flor en el pelo. Aros cada vez que me acuerdo. Pañuelos que estrangulan, panties en todo el cuerpo, a veces crema para peinar que no sirve. Demás está decir el rouge, el delineador y el rimel. Sé que piensas que soy un travesti especial, y quizás es que lo único que tenga esencialmente de mina son las manos frías, igual como las tuyas, siendo que tú usas zapatos negros bien lustrados, corbatas, y perfume de almizcle, y yo no pienso que tú seas un travesti, así que no tengas prejuicios, no porque no me guste la música suave y romántica. Sé que me discriminas porque soy despelotada, calculadora, desalamada, todavía no soy madre, no puedo hacer nisiquiera una cosa a la vez, soy infiel, bastante fácil... hablo poco, prefiero ser conjcisa y precisa, pero te juro que tengo útero, y te juro que me gustan los hombres, pero no por eso soy tonta, sólo se me enfrían las manos.

viernes, 10 de junio de 2011

[Ojos que miran ojos que miran otros ojos]

Estaban en el casino, sentados, tomando café de máquina, abrigados, era junio.Ella le contaba que estaba estresada, que su crío pequeño le absorbía la vida y que no tenía tiempo para depilarse siquiera.
Él observaba su pelo, estaba un poco sucio, pero no tenía raíces, así que en algún momento iba a la peluquería. No creía que ella tuviera la valentía para arriesgarse a una cagada monumental en su hermoso pelo teñido platinado.
Ella, qué blá-blá, él observaba a través de sus anteojos almendrados que su piel se veía brillante, tersa, blanca, tanto que dolía. Debía usar cremas caras, y pasar bastante tiempo en el baño, mirándose, cuidándose. Es que se le notaba, pensaba sólo en ella, y su crío había sido sólo una prueba para los demás, de que engordó a penas 8 kilos durante 9 meses y que después de 1 año de parir se daba el lujo de usar poleras que cuando se estiraba se le veía el ombligo, sin estrías, y con una cintura… a pesar de sus 45 años.
Le gustaba usar en pleno invierno vestidos, y unas panties casi transparentes, botas, y un poco de escote. Además llevaba los libros siempre en las manos, para poder usar su cartera italiana tamaño nivel termita y verse inteligente. Porque al final eso de ‘VERSE’ inteligente, de que vende… VENDE.
Cuando él vio la hora, sabía que tenían que ir a clases, y que ya no volvería a poder mirarla tranquilamente, su ombligo extraterrestremente estirado, su boca roja maraca, y la manera en que cruzaba las piernas.
Ella empezaba a arreglar sus cachivaches, desordenada como sus pestañas, y guardaba celular, monedero, cosmetiquero, y que él ya no quería verla, prefería sentir su café helado. Terminó de arreglarse y se fue.
Se quedó solo, pensando en que ella se amaba demasiado como para alcanzarle siquiera unas sobras de su corazón egocéntrico. Y él nisiquiera buscaba afecto de ella, él quería mirarla, y escucharla rabiar de su pobre vida de madre solterona. No sabía por qué, pero su increíble egoísmo lo atraía. ¿Masoquismo?, no, ya había estado con una sádica, y nunca la quiso… ella no se pintaba la boca.
Mientras él sentía el dolor punzante de su ida, hace un rato la niña de la mesa de al lado lo miraba fijamente de reojo, miraba su bufanda tejida escocesa, su pelo canoso, su barba cuidada, la manera en que revolvía sin sentido su café congelado; y compartían finalmente el mismo dolor…